Me llamo Carina Rodríguez, nací en Buenos Aires en mayo de 1969. En el año 1974, a los 5 años de edad, comencé el Jardín de Infantes en el Instituto Santísima Virgen Niña, ubicado en el barrio de Villa del Parque.
Mi maestra del Jardín de Infantes fue y será la Hermana Narcisa y digo será porque ella fue una de esas personas que dejan huellas imborrables en el corazón y en la vida de los otros. Una de esas personas que marcan un camino y viven en nuestras vidas aún siendo grandes porque transmitieron, con su ejemplo y su dedicación, el amor por el otro, el respeto a los niños, la bondad y la ternura que son cualidades indispensables para acompañar el crecimiento de un niño. También otros valores como la solidaridad, la tolerancia, la valentía, la fortaleza y el respeto.
La recuerdo esperando a cada una de sus alumnas en la puerta del jardín, saludando con un beso tierno y una caricia, cuando nos dejaba jugar en la sala con los zancos de plástico, corriendo y saltando sobre el piso de madera, cuando armaba una banda con instrumentos musicales, cuando se arrodillaba a mi lado tratando de ayudarme a realizar una actividad que seguramente no podía resolver sola.
Muchas veces nos llevaba a caminar por los jardines del colegio para que estuviéramos en contacto con la naturaleza, nos mostraba sus rosales y otras plantas que cultivaba con una dedicación deliciosa mientras nos cautivaba con su relato apacible sobre cómo había que cuidar las plantas.
Recuerdo especialmente una mañana que nos condujo a un patio pequeño que había al lado de la sala y nos mostró unos pollitos amarillos cubiertos de plumas. Luego, con la dulzura que la caracterizaba, nos enseñó cómo había que cuidarlos, alimentarlos y protegerlos para poder verlos crecer.
Pero lo que añoro profundamente - y es lo que más me emociona- es que ella fue la primera persona que me leyó un libro de cuentos. Aún tengo la imagen clara de la biblioteca de la sala, ubicada cerca del rincón de la casita de muñecas, con los libros acomodados prolijamente, siempre a nuestra disposición.
La recuerdo sentada, relatando historias. Ella introdujo en mí el amor por la literatura y el deseo de leer de manera autónoma. Cuando regresaba del jardín siempre leía cuentos y era lo que más me gustaba hacer cuando estaba enferma.
También nos enseñaba canciones infantiles que a veces me sorprenden tarareándolas. En particular, una canción de cuna que se llama “La luna llena” y que me dio el inmenso placer de cantársela a mis hijos a la hora de dormir o aquella que dice “Estaba la paloma blanca, sentada en un verde limón”.
También nos enseñaba canciones infantiles que a veces me sorprenden tarareándolas. En particular, una canción de cuna que se llama “La luna llena” y que me dio el inmenso placer de cantársela a mis hijos a la hora de dormir o aquella que dice “Estaba la paloma blanca, sentada en un verde limón”.
Los actos escolares que organizaba transmitían la pasión y el amor por los niños. Eran verdaderas puestas en escena y lo hacía todo solita con su pequeño cuerpo y su enorme corazón. Después de haber terminado el jardín y durante muchos años me llamaba “Pollito Piú” que era el personaje que me había asignado para el acto de fin de año. Cuando dejó de ejercer, se la veía en la puerta de la escuela saludando y recibiendo a cada niño con un beso, una sonrisa y una caricia.
Toda mi vida soñé con ser maestra jardinera y ser un poquito como la Hna. Narcisa , pero las circunstancias de la vida no me lo permitieron. Hoy, con 41 años de edad, con tres hijos de 19, 8 y 5 años he decidido concretar mi vocación y estoy en el último tramo, la residencia, para ser profesora de Nivel Inicial.Estoy encantada con el hecho de compartir con los niños cada día del resto de mi vida y poder transmitirles la cultura y los valores que los harán crecer como seres humanos íntegros y vitales. Deseo poder acercarles la literatura y el conocimiento del mundo a través del juego y brindarles un poco de lo que me fue dado y que me hizo tanto bien.
¡Gracias Hna. Narcisa! Por cada sonrisa, por cada mirada, por cada enseñanza y por iluminar el camino de mi vida.
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